La vida imposible


Con un tono falsamente periodístico, un humor infrecuente, a veces malévolo, y una ironía que casi podría pasar inadvertida, estas historias exploran el concepto de duplicación de la realidad en otra realidad paralela, inversa o simétrica. Como Borges, Berti tiene predilección por las jugadas del azar que dan un giro a la vida. Como Wilcock o Cortázar, frecuenta con naturalidad lo monstruoso y lo fantástico. Primitivo y refinado a la vez, consigue hacernos reír de nuestros terrores y obsesiones. 


Dos niños de trece años compañeros de escuela, intercambian familias previo acuerda, ya que cada cual prefería la del otro. Los padres declaran a la prensa que este canje es inaceptable. En todo caso, el problema es que los hijos, obcecados, amenazan 'con hacerles la vida imposible'.

SOBRE LA VIDA IMPOSIBLE
  
Una lógica secreta 

Por Ernesto Schoo 

(La Nación, Suplemento Cultura, 22/5/2002) 

Acertadamente cita el texto de la contratapa, como antecedentes, o antepasados de este libro de Eduardo Berti (argentino, nacido en 1964, actual residente en Francia), a Silvina Ocampo, Cortázar, Wilcock. Con ellos, comparte la curiosidad por la compleja trama de nuestras vidas y el abandono de la ilusión racional: por inconcebibles que parezcan algunos de sus relatos, nadie podría asegurar que en alguna parte, en algún momento, no se concreten. Y Berti consigue hacerlos verosímiles, gracias a la destreza en el manejo de un lenguaje que, sin ser del todo coloquial, se asegura, por su engañosa sencillez y su acento veraz, la complicidad del lector. (También Oscar Wilde pasó por aquí, con sus deliciosos apólogos.) Hay un reiterado mecanismo que, bajo distintas formas, produce similares resultados, las más de las veces asombrosos y casi siempre cómicos. No una comicidad explícita, estentórea, sino de una sutileza fuera de lo común, como en "Bovary", o "Un artista y su falsario". Este humor, no del todo negro pero sí bastante oscuro, no oculta las vetas de melancolía y de crueldad que recorren el conjunto: nada es lo que parecer ser, sospecha Berti, y la llamada realidad enmascara -bajo las apariencias del mundo de las cosas concretas- la atroz certeza de que el papel del hombre en la mecánica del universo no es de los más importantes. A la vez, el hombre es capaz de aportar a ese proceso inexorable, un ingrediente inesperado: la dimensión moral. La que no está ausente de estos cuentos, apólogos, parábolas, o como quiera denominárselos: textos a menudo mínimos pero casi siempre densos de significado.
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Berti no ahorra dardos contra la moda semiológica, el estructuralismo, la posmodernidad y otras intoxicaciones. En "Mi alfabeto", el narrador cuenta que su hermano, que momentáneamente abandonó el cultivo de la pintura por la poesía, "tuvo la ocurrencia de inventar, ya que no un idioma nuevo, un abecedario propio para el idioma acostumbrado". Los poemas resultan así ilegibles,"imposibles de recitar". No obstante, una editorial aspira a publicarlos, con la sola condición de que el autor revele las equivalencias de su alfabeto personal con el corriente. Pero el hermano, volcado de nuevo a la pintura, se niega: "La intención de su libro, aseguraba, era la de "hacer signo antes que significar"; en tal sentido, concluía, "nada más impertinente que una especie de clave de acceso"". Saque el lector sus propias conclusiones.


La estructura de los textos es casi invariable: los lugares de la acción son infinitos -discurren de Madrid a Munich, de Hawai a Montecarlo; y el índice consigna ciento treinta y dos relatos-, en ellos se ha producido un descubrimiento, o ha ocurrido algo sorprendente, y sus consecuencias, o la explicación del fenómeno, son imposibles de expresar en términos lógicos. Y, sin embargo, obedecen a la secreta lógica del caos, tan implacable como la del orden aristotélico-tomista: sus protagonistas no están locos, aunque lo parezca, sino que son víctimas de circunstancias en que las leyes de la apacible andanza cotidiana, del sentido común, han dejado de funcionar, o funcionan al revés. Pero ellos, los protagonistas, no bajan la guardia y tratan de adaptarse y sobrevivir. Alguna experiencia tenemos de esto los argentinos.
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Con una prosa fluida, precisa, vigorosa, sin concesiones al criterio corriente de que sólo lo excrementicio es expresivo, la imaginación de Berti (autor también de un libro de cuentos, Los pájaros y de dos novelas, Agua -elogiada por Héctor Bianciotti- y La mujer de Wakefield , prolongación del clásico relato de Hawthorne) discurre libremente por los territorios que le importan: el cine, las artes plásticas, el periodismo. Y, por descontado, la literatura. Hasta se atreve a parafrasear (en el sentido de amplificar) el célebre cuento mínimo de Augusto Monterroso, considerado el más breve y significativo que se haya escrito: aquel del dinosaurio que sigue estando allí cuando el narrador despierta. Y Berti, dándole otra dimensión y tomando el punto de vista del dinosaurio, lo consigue, con felicidad. La misma felicidad que, página tras página, depara este libro singular.






La vida imposible

Por Guillermo Saavedra


(Revista Rolling Stone, Argentina)


Nada hay que incite más a la adicción que aquello que se administra en mínimas dosis. No es posible una única pastilla de goma o un único grano de maní, del mismo modo que un videoclip apenas abre el apetito de la vista para devorar el siguiente. Con su nuevo libro, La vida imposible, Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) propone esa clase de fruición: historias convertidas en grageas, pildorillas narrativas para saborear en el viaje o llevar de regalo a una cabeza demasiado reticente a los relatos de larga duración del siglo XIX. Pero, aunque sus textos pocas veces superan la página y media de extensión, no se trata de un libro minimalista, a la manera de Richard Ford o Raymond Carver. Es en un gusto más bien clásico que se templa el paladar del autor de estas historias. Allí donde conviven la fábula y el apólogo, la parábola y el diario de notas, Berti ha ido a buscar la economía de un abanico de concisiones. Estas no constituyen tanto cuentos como hechos, reflexiones, sueños y recuerdos que una voz neutra consigna con un tono que está más cerca del periodismo que de la literatura lujosa. Con gesto de perro que se hace el muerto, las voces que narran van desplegando asuntos del pasado remoto y de una improbable actualidad, experiencias personales y peripecias ajenas. Lo que cuentan es muchas veces estrafalario, casi siempre asombroso y algunas veces fantástico. Se sostiene en la repetición, la simetría y las inversiones, pero también en la desmesura, el caos y las variantes más bizarras del azar. Hay anécdotas muy cómicas y otras acuñadas con el preciosismo de una metáfora poética. A lo largo del libro, campea una suerte de bajo continuo de la ironía, una letanía que parece susurrar que "la vida imposible" es la que todos vivimos.
          
Cuesta no pensar en Borges, a la hora de ubicar en un estante de la biblioteca a este libro de hojaldre. No porque lo evoque su contratapa sino porque el insidioso y venerable viejo definió, con Historia universal de la infamia, una forma lapidaria de trabajar la ficción en límites apretados. Pero sería injusto mentarle el padre de esta forma a un autor y unos textos que se muestran atentos a tradiciones más anchas en tiempo y espacio: los sugestivos apuntes para futuros relatos que Nathaniel Hawthorne dejó sin desarrollar y hoy se leen como joyas deliberadamente incompletas; las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, que el propio Borges saqueó sin remordimientos; los misteriosos cuentos breves de Kafka, de resonancias bíblicas; y, más cerca de estos días, los aportes a la brevedad de talentos diversos como Giorgio Manganelli, Augusto Monterroso y Ermanno Cavazzoni.
         
 En cualquier caso, este engañoso catálogo de exigüedades lleva la marca personal de Berti: la búsqueda cautelosa del placer del texto a partir de gestos tan sutiles que harán creer a más de un lector que la inteligencia es un mérito propio.



La vida imposible

Por José Ángel Barrueco

(publicado en el blog Literaturas.com)

  Leerse este libro es como beber champán a cortos tragos. Cuando finaliza la lectura, uno advierte que lo ha pasado en grande sondeando estas piezas pequeñas. Eduardo Berti, argentino poco conocido en España, elabora aquí un catálogo de rarezas compuesto por ciento dos relatos hiperbreves sobre los que despuntan las sombras de Borges y de Cortázar y en cuyas páginas su autor se ha movido con la mejor artillería, a saber: la imaginación, el fantástico y el humor. Como si hubiera querido abarcar el mundo entero, Berti ambienta cada cuento en un país diferente, en una ciudad distinta, demostrando que las anomalías, el asombro en cada esquina y el azar habitan en cualquier rincón de la tierra. Hombres con dos pares de rodillas y hombres iguales que buscan a sus modelos, asesinos guiados por la casualidad, directores de cine con proyectos imposibles y lectores de las huellas de sangre son algunos de los protagonistas de “La vida invisible”. Un libro cuajado de simetrías y recorrido por freaks, donde el orden lógico siempre es el desorden de la lógica.
 
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.Berti no ahorra dardos contra la moda semiológica, el estructuralismo, la posmodernidad y otras intoxicaciones. En "Mi alfabeto", el narrador cuenta que su hermano, que momentáneamente abandonó el cultivo de la pintura por la poesía, "tuvo la ocurrencia de inventar, ya que no un idioma nuevo, un abecedario propio para el idioma acostumbrado". Los poemas resultan así ilegibles,"imposibles de recitar". No obstante, una editorial aspira a publicarlos, con la sola condición de que el autor revele las equivalencias de su alfabeto personal con el corriente. Pero el hermano, volcado de nuevo a la pintura, se niega: "La intención de su libro, aseguraba, era la de "hacer signo antes que significar"; en tal sentido, concluía, "nada más impertinente que una especie de clave de acceso"". Saque el lector sus propias conclusiones.
La estructura de los textos es casi invariable: los lugares de la acción son infinitos -discurren de Madrid a Munich, de Hawai a Montecarlo; y el índice consigna ciento treinta y dos relatos-, en ellos se ha producido un descubrimiento, o ha ocurrido algo sorprendente, y sus consecuencias, o la explicación del fenómeno, son imposibles de expresar en términos lógicos. Y, sin embargo, obedecen a la secreta lógica del caos, tan implacable como la del orden aristotélico-tomista: sus protagonistas no están locos, aunque lo parezca, sino que son víctimas de circunstancias en que las leyes de la apacible andanza cotidiana, del sentido común, han dejado de funcionar, o funcionan al revés. Pero ellos, los protagonistas, no bajan la guardia y tratan de adaptarse y sobrevivir. Alguna experiencia tenemos de esto los argentinos.
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