Agua




Corre 1920 y a una aldea inhóspita de Portugal, Vila Natal, arriba Luis Agua, gestor autorizado de una empresa de electricidad. Su objetivo es convencer a los lugareños de las bondades de la luz artificial, pero muy pronto Agua comprende que tanto el pueblo como el castillo que lo preside esconden profundos secretos. Una viuda noble en decadencia, un testamento cruel e impertinente, un pionero de la aviación, una epidemia y un final inesperado, alimentan esta novela en cuya trama casi aritmética caben el amor, la venganza, la comicidad, la muerte, la avaricia…

 

Héctor Bianciotti confesó que en los treinta largos años en los que leyó manuscritos para editoriales, sólo había descubierto siete escritores: el último era Eduardo Berti. Agua, de 1997, marca el redescubrimiento de una temática por entonces casi olvidada en castellano: la aventura metafísica iniciada por Baroja, Bioy Casares y Peyrou. A partir de un testamento ficticio, Berti trató de imaginar la historia de una viuda portuguesa a principios del siglo XX, cuyo marido le deja su castillo a condición de que volviera a casarse. Reflejo contrario del de Kafka, al cual no se llega nunca, el castillo de Berti es una prisión de la que nadie escapa. Ficción absoluta, todo en Agua es mentira, juego de seducción para que el lector crea estar leyendo un cuento y sólo tarde descubra que Berti lo ha enfrentado a una implacable cuestión de vida o muerte.


(Alberto Manguel, "Después del boom", Babelia, El País, 25 de abril de 2008)

 




SOBRE AGUA


 Agua

 Por Care Santos

(La Razón, España, Suplemento el Cultural, 20 de diciembre de 1998)


    Es un hecho curioso la impermeabilidad de las diversas literaturas hispanas. Ya sea por la dificultad de rebasar las fronteras del propio mercado, o por una menos perdonable falta de interés, es bien poco lo que de cada una de las literaturas en español trasciende más allás de sus límites -físicos y políticos- en beneficio del lector universal. Sabedores de este hecho, Beatriz de Moura y Antonio López-Lamadrid, responsables de Tusquets editores, apostaron hace algunos años por ciertos mercados de América Latina, con la idea de publicar autores autoctonos -que difícilmente llegan al catálogo español, esto es : de España- y, a la vez, de dar a conocer allí lo mejor de sus fondos, con independencia de raigambres de ningún tipo. Al primer caso pertenecen Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) y esta su primera novela "Agua", cuyo éxito en Argentina le ha valido esta transposición de las fronteras, no sólo gracias a la generosidad del idioma común, ya que las versiones francesa y alemana de la misma verán pronto la luz.

    El simbolismo -un simbolismo universal, desde luego- preside esta novela de Berti. La trama argumental nos sirve, desde el primer momento, un sugerente juego de significados que van mucho más allá de una primera lectura. Luis Agua, el protagonista principal, es un empleado de la compañía eléctrica encargado, durante el primer tercio de nuestro siglo, de llevar la luz a los más remotos pueblos portugueses. Vila Natal, la aldea imaginaria en la que recala, es la representación del ostracismo, igual que su castillo, eje de toda la acción, y sus inquietantes moradores. Todo es concéntrico y claustrofóbico en el planteamiento: el castillo cautivo del pueblo, el pueblo preso de una epidemia o la epidemia que crece en un país atrapado por su falta de recursos. La mera localización espacial ya constituye un importante atractivo, y pronto comienza a desfilar una interesante galería de personajes extraños, todos interesados, todos impuros: del doctor Alves, preocupado en controlar la epidemia, al capitán Acevedo, enigmático aviador -símbolo de la libertad-, pasando por Broyz, el esposo engañado, o el mismo Agua. Todos ayudan al barroquismo de una trama deudora del misterio, que culmina en un desenlace imprevisible.

    Berti lo pone todo al servicio de la arquitectura literaria, y no es de extrañar que la novela funcione tan bien, y se lea de un soplo: es casi un engranaje, nada le sobra, nada se echa en falta. Además, el autor derrocha algunas cosas, como ambición. Sin ella, es muy probable que se hubiera contentado narrando el misterio que lleva a los personajes de "Agua" de la más oscura decadencia al incipiente resurgir, y en el que tanto tiene que ver la electricidad como símbolo del progreso. Lo realmente ambicioso -lo memorable- es haber hecho eso sin olvidar al degustador de segundas lecturas, el que disfrutará con lo alegórico, con todo lo que no se dice, pero que también está ahí.




  De luz y de sombra
     
  Por Marisa Avigliano

    
(Revista Noticias, Buenos Aires, 31 de mayo de 1997)

    

    Un chispazo. Un ruido. Una luz encendida. Aplausos de la concurrencia, fin de la demostración y Agua que daba un paso al frente." La novela comienza cuando Luis Agua, el empleado de Douglas & Banks y gestor autorizado a dar electricidad en la región central de Portugal, aparece en 1920 en Vila Natal, una aldea quedada en el tiempo, ausente en los mapas y casi inexistente. Su llegada coincide con el remate de cuadros supuestamente originales en el castillo que preside la comarca y que será, aquella noche, lo que altere la cansina cotidianidad de sus pobladores.

    En "Agua" se encuentran muchas historias pero sus protagonistas están siempre interesados en conocer en detalle la historia de los otros y fundamentalmente aquella que, inexorablemente, ocurre entre los corredores y las habitaciones del castillo de los Antunes Coelho. Porque a los personajes de "Agua", la mentira, los secretos y los pactos les resultan mucho más atractivos que el desrrollo de sus propias vidas, aun a riesgo de que los alcance el fracaso. Todos parecen saber más de lo que cuentan y todos serán parte de tramas y de desenlaces.

    La luz y el progreso de un pueblo que desconoce lo que se pierde, negocios entre "iluministas y oscurantistas", pestes, muertes, servidores incondicionales, un caprichoso testamento, una herencia y un presente decadente son algunos de los motivos que Berti eligió para contar una historia que logra escapar de recientes motes y últimas modas.

    Varios son los aciertos, cabe citar al menos: una Coimbra cruzada por callejuelas, arcos y callejones como escenario para búsquedas y un sorprendente aviador, un "hombre metido dentro de un mameluco verdeazul que miraba el cielo como si no creyera del todo que acababa de estar allí arriba", quizás el personaje más atractivo de la novela.

    Para Eduardo Berti, autor de un libro de relatos, "Los Pájaros", periodista y realizador de documentales televisivos, ésta es su primera novela publicada. Para los lectores será el feliz encuentro con un escritor y una buena historia.



Con agua, se hizo la luz

Por Christian Kupchik

 Un narrador joven que se desmarca de las modas literarias y apunta alto.

 (Revista Elle, Argentina, julio de 1997)



    Dentro del desolador panorama de la nueva narrativa nacional (no por falta de talentos sino de posibilidades para que puedan exhibirse), la aparición del título de un joven escritor en el marco de una editorial seria y bien posicionada en el mercado siempre es recibida con un guiño a la esperanza.

      En este caso, se trata de Agua, primera novela de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964), quien, además de una extensa carrera como periodista y guionista televisivo, había debutado en el terreno de la literatura con el volumen de relatos Los pájaros (1993). Si uno se deja influir por los antecedentes de todo autor, Agua puede llegar a sorprender en más de un sentido. Berti, cuya trayectoria profesional lo vincula a la estética del rock, eligió para su novela no sólo un tiempo y un espacio que nada tienen que ver con los puntos coyunturales de nuestra realidad, sino también un tono narrativo que marcha casi a contrapelo de los registros de su generación.

      En términos generales, la novela en nuestro país, durante los últimos años, parece pendular entre la "obligatoriedad" de un relato histórico y el automatismo de la consigna "yo-cuento-una-historia", sin más previsión ni pretensiones que concluir una pequeña anécdota apoyada en la linealidad de sus convenciones y jugando con la complicidad del aquí y ahora. Eduardo Berti rompe con estos esquematismos para buscar sus fuentes y recursos en otro traje. Para decirlo de algún modo, su obra es "clásica", en el mejor sentido del término. Esto es, se ajusta a un lenguaje preciso, medido, por momentos exquisito, y a una trama que no deja de sorprender.

      Su título no alude al agua (si bien no es menor la resonancia de su significado), sino al apellido de uno de los personajes centrales de la trama. Luis Agua trabaja para una empresa británica que se ocupa de traer luz a villorrios que todavía habitan en la oscuridad, en el Portugal de 1920. El lugar y el tiempo para la historia quiebran los  parámetros conocidos y el lector se ve sumergido en un marco cuya neutra realidad podría ser cualquiera. Agua decide mudar su estancia de Coimbra a una aldea insignificante conocida como Vila Natal. Allí descubre una historia que hará de hilo conductor de la narración (hilo de luz, para ser justos con el protagonista). En un portentoso castillo cercano, vive casi en la miseria Fernanda Antunes, una hermosa viuda a quien su marido dotó de una extraña herencia: sólo podía acceder a sus bienes a través de un nuevo matrimonio. Soportó como pudo la memoria de su difunto esposo pero las privaciones económicas la llevan a cumplir con el legado.

      Un joven médico que decidió no ejercer la profesión, al volver al pueblo natal, se enamora de la viuda. Ella acepta la proposición a cambio de que, una vez consumado el matrimonio, Broyz (tal su nombre) se marche del poblado a cambio de un tercio de la herencia. El hombre acepta pensando que su amor la convencerá d elo contrario. Pero no cuenta con que ella sigue unida a su primer esposo y se deja caer lentamente hacia la muerte, no sin antes conminarlo varias veces a que se aleje del castillo. Replegado en un altillo, odiado por todos los sirvientes y también por los habitantes del pueblo que trarducen su amor por codicia, Broyz se desploma en el desconcierto. Cuando Fernanda muere finalmente, queda como rey poderoso de un reino desierto.

      A partir de allí, se abren otros ejes narrativos, en donde la luz que porta Agua divide con claridad las posiciones de todos en Vila Natal: la lucha entre el "oscurantismo" (representado por el cura, quien aduce que la luz es un efecto demoníaco para combatir la noche) y el "iluminismo" al que aspiran los notables del pueblo, son algo más que el contrapunto entre civilización y barbarie. Esa lucha, propone Berti, involucra también a todas las tensiones humanas que caben en la pasión. El amor, la venganza, la avaricia y la muerte son tratados en esta novela singular desenfocados de su habitual carga para ser "iluminados" de una forma nueva.

      Eduardo Berti eligió un tono sobrio, preciso, para esta ópera prima que lo ubica ya en un lugar destacable de nuestra literatura. A su modo, a través de Agua, él también nos trajo algo de luz.